miércoles, 3 de agosto de 2011

Rescatando Grecia: Viaje a Santorini (V) Imerovigli y Oia

El lugar del desayuno. La terraza del salón del hotel.
Hoy toca mañana de relax total. Nos levantamos con tranquilidad para disfrutar del desayuno y prepararnos para una deliciosa mañana de playa y piscina. Para rematar la faena, fuimos a comer al Dolphins, un restaurante del paseo donde disfrutamos una musaka y un kleftiko. La musaka, aunque creo que es bastante conocida, es una especie de lasaña en la que las láminas de pasta se sustituyen por patatas y berenjenas, siendo la carne del relleno habitualmente de cordero. El kleftiko es el descubrimiento de la temporada. Son trozos de cordero introducidos en papel de cocinar con aceite, patatas, pepino y queso, y cocinados al horno lentamente. De postre tomamos café frappé y zumo natural de melón con melocotón. Con agua para beber, todo por unos 24€. Ya sabemos lo que sienten los alemanes en España.


Kleftiko. Qué rico!

Zumo de melón y melocotón.

A la vera de la playa.

Tras descansar un rato en el hotel, partimos en coche para ver el atardecer en Imerovigli, un pueblo a pocos kilómetros al norte de la capital Fira. El guía del barco de hace un par de días nos aconsejó ver el atardecer desde allí, ya que dijo que era el mejor sitio posible de toda Santorini. Y tenía razón el amigo. Imerovigli es un pueblo rematadamente tranquilo, lleno de hoteles y cafés con terraza hacia el atardecer, pero sin todas las tiendas y el follón de la capital. Estos hoteles y cafés se amontonan todos sobre el acantilado, muchos de ellos con piscina para ver el atardecer en remojo, y entre ellos sólo hay callejuelas peatonales que se retuercen dando forma a un laberinto blanco y azul. Además, Imerovigli está mucho más alto que Fira, lo que le otorga unas vistas sin igual de la caldera, el volcán, Firostefani y toda la cara oeste de Santorini.

Atardeciendo en Imerovigli.

Afrodita de paseo por Imerovigli.

Una cúpula de una iglesia.

Perro callejero imerovigliense jugándose la vida antes de venir a pedir comida.

Detalle de una casa.

Casas y callejuelas.

Casas con vistas a la caldera.

De casa al mar.
La puerta al Olimpo.
Allá por las 19:30 salimos en bólido hacia Oia, para terminar de atardecer allí y ver la ciudad de noche. El camino de Imerovigli hasta Oia es tortuoso y da la sensación de que te juegas la vida tras cada curva. A tono con el resto de la isla. La diferencia es que este camino en particular se realiza muy alto, dado que tanto Imerovigli como Oia están situadas al borde del acantilado que da a la caldera. Además, la carretera está trazada por la parte posterior de la montaña, lo que proporciona unas vistas maravillosas de la cara este de Santorini. Para los amantes del senderismo, existe la opción de andar al borde del acantilado por un sendero que lleva desde Firostefani a Oia. Al parecer se puede hacer en unas 3 horas y no recomiendan hacerlo de día, porque te torras, ni de noche, porque no ves un pijo y te descojonas por el acantilado. Lo ideal es salir sobre las 18:00 y caminar junto al atardecer, llegando a Oia para cenar.

Por suerte para mí y para mis gemelos, Isa no se vio tan fuerte esta vez (quizá algo tuvo que ver mi  entusiasta voto en contra), así que fuimos a Oia en coche. Y en este trayecto nos atardeció. A punto de llegar a Oia paramos en un ensanche del arcén de la carretera, jugándonos la vida para sacar unas fotos preciosas y disfrutar de un atardecer muy romántico.
Atarcede camino a Oia.

El sol se va a dormir.

Me lo llevo de recuerdo.
Oia está en el extremo norte de Santorini, en la puntica de arriba del cruasán. La ciudad, como Fira e Imerovigli, se alza en la cima de la montaña, al borde del acantilado. Su trazado es muy simple: una calle central, a modo de pasillo, la recorre de principio a fin (la punta de la punta del cruasán). Mirando hacia esta punta, la acera izquierda de la calle da lugar a múltiples hoteles, cafés y restaurantes con terraza al atardecer. La acera derecha, que mira a la cara este de la isla, acoge tiendas, algunos restaurantes y las casas en las que probablemente viven los habitantes fijos de la ciudad (que no serán más de 300, como los espartanos!).

Una iglesia en Oia. ¿Qué tal le quedaría el azul a La Almudena?

El sol acaba de irse.

Uno (de los muchos) animales callejeros de Santorini.

Oia y el norte de la caldera.

Un señor simpático nos hace una fotico.

¡La reina del mundo!
Recorrer Oia de noche es mágico. Hay mucho ambiente en la ciudad, pero no es un centro comercial como sí lo es Fira. Hay más concentración de tiendas de arte y artesanía, y da la impresión de que el turismo que se espera en Oia maneja más parné. El paseo es igualmente maravilloso. Nosotros lo anduvimos hasta el final,  donde la inmensa mayoría de los turistas no llega porque ya se han aburrido de andar, y tuvimos la suerte de encontrarnos con una pequeña crepería, llamada Vitrin, justo en la punta de la punta de la punta del cruasán, con una sencilla terraza mirando al mar. Allí nos tomamos una crepe griega (feta, aceitunas, tomate y pimiento verde) con un zumo natural de manzana (un poco caliente, pero nada que no se arregle con unos hielos).

Oia de noche es deslumbrante.

Una iglesia en una plaza céntrica.

La ladera del acantilado.

Cenando crepe en Vitrin.

Tiendas y escaleras son el pan de cada día.

Una ciudad de cuento encima de un risco.

Tras la estupenda cena, deshicimos el camino hasta el parking a la entrada de la ciudad.  El parking, vigilado  por Zorba y su primo y al aire libre, son 3€ por 5 horas. Aprende Gallardón! El día ha sido largo, delicioso y precioso. Para volver a vivirlo cien veces más. Hasta mañana!!!

El piloto y su bólido (¡¡¡60 caballacos!!!).

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